LA UTILIDAD DE LA FILOSOFÍA
La filosofía, centro de numerosos debates en torno
al ámbito académico, tiene una profunda ambigüedad acerca de su verdadera
utilidad.
Ahora bien, para comprender si la filosofía es realmente
necesaria o no, debemos ahondar en su propósito; es decir, en los objetivos que
busca dicha disciplina.
Para ello, hace falta contestar a una simple pregunta:
¿qué utilidad práctica puede aportar los
conocimientos y estudios sobre el origen y la naturaleza última de las cosas?
En términos generales, esta enseñanza carece de una
finalidad propiamente dicha. No obstante, es ahí donde radica su trascendencia.
La filosofía (amor a la sabiduría), responde al deseo de saber. Este deseo es
innato en la naturaleza humana, pues ya desde temprana edad nos preguntamos
acerca de por qué o para qué son las cosas que nos rodean.
Todo ello está vinculado a esa capacidad de asombro y racionalidad que nos
permite distinguirnos y elevarnos de los animales y el resto de seres mundanos,
pues éstos últimos sólo se interesan por el medio en el que viven si este les
va a beneficiar o perjudicar de algún modo. Por ello, se dice que la filosofía
es uno de esos saberes que son fines por sí mismos, esto es, que contribuye al
cultivo del espíritu y el desarrollo civil y cultural de la humanidad, y da
valor y sentido a la vida.
Así pues, el hombre, ‘‘asombrado’’, aspira al conocimiento
mediante la contemplación del mundo, reconociendo su propia ignorancia -que,
junto al deseo de saber, parten de uno mismo-, para huir de ella. Y llegados a
este punto, la filosofía actúa como una herramienta que proporciona diversas
formas de interpretar la realidad y dar respuesta a los grandes interrogantes
del ser humano.
La filosofía, como contemplación pura, promueve e ilumina
el entendimiento. Y de este modo, nace el espíritu crítico, necesario para
poder descartar ideas falsas y encontrar una verdad sobre la realidad que nos
concierne. Como resultado, de este saber procede la base de todas las ciencias,
tanto naturales y físicas, así como también morales y políticas, y de las
principales manifestaciones de la civilización humana.
Todo ello influye enormemente en la libertad de
pensamiento. Pues sin la razón, la crítica y la reflexión, el hombre queda
sumido en un mundo materialista y lleno de prejuicios, en el que él, ignorante,
desconoce qué es lo bueno y lo que no, sin siquiera preguntarse sobre su propia
naturaleza. Como consecuencia, queda a merced del control total de los medios
de comunicación y demás empresas y entidades de gran poder económico y social,
creyendo erróneamente que es libre, cuando sucede todo lo contrario.
Es aquí, donde las sociedades movidas por el
materialismo y la economía, ven amenazados sus omnipotentes fines utilitaristas
–en los que la producción de ganancias es el único medio para alcanzar la
felicidad-, y deciden menospreciar y sobreponerse al uso de la razón, promoviendo
con ello la automatización obediente.
Así pues, como conclusión final, la utilidad de la
filosofía reside en el deseo de conocer y profundizar acerca de la naturaleza
humana y el mundo que la rodea. De esta manera, obstaculiza la sumisión de las
masas y desarrolla la autonomía humana, así como el resto de enseñanzas bajo un
punto de vista científico, y finalmente, la capacidad de pensamiento libre y
crítico que tanto nos caracteriza a los seres humanos.
Pues como bien dijo Sócrates, «Una vida sin examen no merece ser vivida».